El siguiente texto es un fragmento del artículo (con algunas modificaciones menores): Bravo López, Fernando. «Völkisch versus Catholic Islamophobia in Spain: the conflict between racial and religious understandings of Muslim identity». Revista de Estudios Internacionales Mediterráneos, n.o 22 (2017): 141-64. https://doi.org/10.15366/reim2017.22.007. En él se estudian los fundamentos ideológicos del «populismo identitario» a partir del análisis de la obra Sin mordaza y sin velos, del ultraderechista Josep Anglada (2010).


En la obra de Josep Anglada, Sin mordaza y sin velos, se manifiestan todos los elementos del discurso islamófobo, unidos a los elementos propios del discurso de la extrema derecha. Así, por tanto, el relato no varía un ápice del que cabe encontrar en autores como Fallaci, Spencer o Fjordman: Europa está en decadencia. Sin valores, sin esperanza, inconsciente de su identidad y cultura, acosada por las influencias extranjeras, por la invasión de inmigrantes, corre el riesgo de desaparecer. Más aún cuando el enemigo que tiene delante, el que la amenaza, el que la invade, es el islam, que por su misma esencia es la antítesis de Europa, su negación más absoluta. El islam, desde este punto de vista, es el enemigo eterno de Europa, la cual se ha construido históricamente en su lucha continua contra él. Europa, por tanto, es lo que es por su lucha contra el islam. Eso la define. Si Europa pierde su carácter antiislámico, dejará de ser Europa, sucumbirá al ataque del islam, que cada día es más violento. La inmigración, en este sentido, no es más que un arma más en la lucha del islam contra Europa, una forma de invasión que, con el tiempo, logrará hacerse con el control del continente, islamizarlo. La progresiva islamización es ya, de hecho, evidente. Por lo tanto, es el momento de actuar, de defenderse, de evitar el aciago destino de la islamización. Pero para ello el pueblo debe despertar del sueño en el que vive, adormecido por los engaños de «lo políticamente correcto», por las mentiras de la elite política, intelectual y mediática progresista que es, en el fondo, profundamente antioccidental, antieuropea y anticristiana. De hecho, la culpa de que Europa se encuentre en ese estado de decadencia es de esa élite, que odia todo lo que significa Europa y quiere destruir sus raíces, su identidad, y que, incluso, se sirve del islam para lograrlo, llegando a establecer una verdadera alianza con ese enemigo absoluto. Existe verdaderamente una gran conspiración de la izquierda y el islam para lograr acabar con Europa y Occidente. Esa conspiración ha logrado grandes avances gracias a que la élite progresista ha logrado establecer la tiranía del lenguaje «políticamente correcto», ha establecido qué puede y qué no puede ser dicho públicamente. Gracias a eso la gente no sabe lo que pasa o tiene miedo a decir lo que piensa. Pero una serie de líderes salidos del pueblo, que trabajan por y para el pueblo, no tienen miedo. Han decidido levantar la voz y luchar contra la islamización. Son los líderes del movimiento «populista identitario», Anglada entre ellos. Éstos líderes han decidido despertar al pueblo de su sueño, hacerle ver que «la casta podrida» de los políticos, de los intelectuales y de los medios de comunicación, lo tienen engañado, lo manejan a su antojo por intereses oscuros, y además favorecen la islamización. La misión de Anglada es ésa: despertar al pueblo para que luche contra la islamización.

Éste es el relato que, a grandes rasgos, se transmite en Sin mordaza y sin velos. Sin embargo, además de esta descripción apocalíptica de la situación de una Europa víctima de la islamización creciente, Anglada —o quien haya escrito el libro, pues existen dudas al respecto— ofrece también un proyecto político de sociedad, una «solución» a los problemas y peligros planteados: el «populismo identitario».

«Populismo identitario» no es más que un eufemismo utilizado una y otra vez en el libro para hablar de nacionalismo völkisch, sólo eso (sobre la ideología del nacionalismo völkisch véase Mosse, 1961; Stern, 1974; Mosse, 1998; Puschner, 2002). Resulta curioso que una obra tan empeñada en «descubrir» las mentiras de «lo políticamente correcto» tenga que enmascarar su discurso en un mar de eufemismos. Esto se explica fácilmente por la necesidad que la extrema derecha ha tenido después de la Segunda Guerra Mundial de modificar su discurso para hacerlo más socialmente aceptable; más aún cuando ha intentado integrarse en el sistema político y participar en las elecciones. Sin embargo, a poco que se rasque, en el texto de Anglada vuelven a aparecer las ideas básicas de la extrema derecha de raigambre völkisch: el concepto de una comunidad basada en la sangre y la tierra —Blut und Boden—, la necesidad de un «espacio vital» —el tristemente famoso Lebensraum—, el antimarxismo, la reacción contra la Ilustración, el rechazo del universalismo, el rechazo del sistema de partidos, el populismo, la defensa de la homogeneidad cultural de la comunidad, la defensa de la tradición, la defensa de la familia tradicional contra los «excesos» del feminismo, etc.

Uno de los aspectos fundamentales dentro esta tendencia a enmascarar el discurso tradicional de la extrema derecha es la utilización del discurso del «nuevo racismo» o «racismo cultural», en el que la terminología racial ha sido sustituida por una terminología culturalista (Balibar, 1991; Stolcke, 1995). Sin embargo, en alguna ocasión el texto no puede evitar sucumbir a la fuerza de la tradición de la ultraderecha y emplear expresiones indiscutiblemente racistas. Así, por ejemplo, criticando las ideas del profesor libanés Fawaz A. Gerges, Anglada le acusa de querer «acabar con nuestras bases culturales», y ello «por el interés propio de su raza» (Anglada, 2010: 300). Pero esta referencia explícitamente racista es una excepción dentro del libro. Lo más común, como se ha dicho, es un discurso culturalista que evita hacer referencia a la idea de raza. Sin embargo, se trata de un discurso en el que, como sucedía en el racismo clásico, se confunde de manera radical lo cultural y lo biológico: la herencia genética determina la cultura. De ahí que, con una facilidad pasmosa, a lo largo de todo el libro conceptos biológicos como los vinculados a la genética se empleen una y otra vez para referirse a cuestiones culturales. Así, Anglada sostiene, refiriéndose obviamente al islam, que «en el ADN de esa religión está forjado a hierro la ‘conquista’ como ‘manifestación certera’ de su Fe», y poco después afirma que «los musulmanes son fundamentalmente guerreros y conquistadores. Lo tienen enquistado genéticamente en los orígenes mismos de su religión ideológica» (Anglada, 2010: 272 y 278).

Y es que, para el nacionalismo völkisch de Anglada, el origen determina, de ahí que cualquier aspecto cultural identificado con un pueblo pueda ser considerado un producto de su herencia genética. Una comunidad, dice Anglada, es —de nuevo confundiendo lo biológico con lo cultural— «un río de sangre»; y aclara: «entiéndase en sentido cultural o antropológico, no racial» (Anglada, 2010: 88). ¿Cómo puede entenderse una comunidad basada en la sangre, en la ascendencia, en un sentido cultural si no es concibiendo la cultura como genéticamente determinada? Es decir, para Anglada, la comunidad es una comunidad de sangre que, por eso mismo, es cultural.

Esa cultura es privativa de ese pueblo, de esa comunidad, precisamente por ser un producto de la transmisión genética y no del intercambio con otros pueblos. En el fondo reside la idea de que la base del pueblo es el vínculo de padres e hijos, que ese vínculo está indisolublemente unido a su producción cultural y que, por tanto, la preservación de la cultura de un pueblo depende de la preservación de su herencia genética o, en otras palabras, de lo que el racismo clásico llamaba «su pureza racial». Un pueblo étnicamente puro es, pues, la única garantía de una cultura auténticamente propia. Los aportes genéticos o culturales extraños son, por tanto, una intromisión indeseable en el natural devenir de un pueblo, un atentado contra su herencia biológica y cultural, contra su autenticidad, contra su identidad, contra su supervivencia misma como pueblo. De ahí que la integración de los extranjeros, de aquellos que no pertenecen por ascendencia al pueblo, sea tajantemente rechazada:

«Dado que los pueblos tienen una identidad propia producto de una tradición creativa peculiar, nosotros negamos tajantemente la posibilidad de lo que algunos sociólogos han denominado la ‘integración cultural’. Nadie tiene derecho a imponer una determinada tradición ajena a otro pueblo, porque estaríamos quebrando un derecho natural.» (Anglada, 2010: 88)

Así pues, la preservación de la herencia cultural, vinculada a la genética, es la principal tarea de cualquier pueblo que quiera seguir siéndolo. La mezcla que puede traer consigo el contacto con otros pueblos es, pues, algo a evitar. Todos los pueblos deben permanecer aislados unos de otros lo más posible, dentro de su propio territorio. Un pueblo, una tierra. Sangre y tierra. El destino de un pueblo, definido por la sangre, está indisolublemente ligado al destino de su tierra. Todo pueblo, por tanto, tiene derecho a su «territorio vital» (Anglada, 2010: 90), y tiene la obligación de defenderlo, pues de ello depende la preservación de la herencia.

Desde este punto de vista, la inmigración trastoca el sistema ideal de separación estricta entre los pueblos, pues hace convivir en el mismo territorio a personas de ascendencias y culturas diferentes. La multiculturalidad es un crimen, pues pone en peligro la identidad cultural, tanto del inmigrante como del autóctono:

«Ya que cada pueblo con identidad propia necesita naturalmente un territorio específico en el que desarrollarse y perpetuarse, tampoco creemos en la «multiculturalidad». No caben identidades contradictorias sobre un mismo suelo, porque al final una de ellas terminará imponiéndose a la/s otra/s.» (Anglada, 2010: 106).

La multiculturalidad —que se identifica únicamente como un producto de la inmigración— pone en peligro la imagen ideal de homogeneidad, de pureza, de autenticidad, del pueblo. Porque un pueblo, para Anglada, debe ser culturalmente homogéneo, como producto de su vínculo sanguíneo. De hecho, para Anglada, el pueblo que él pretende representar ya es culturalmente homogéneo, es lo que lo define como pueblo: «lo que da sentido y explica la existencia de un pueblo es ese fondo común, esas creencias religiosas, y valores morales, principios éticos, tradiciones culturales y costumbres de uso, que han ido formándose como un todo homogéneo y coherente» (Anglada, 2010: 86). Siendo así, si el pueblo comparte una sola moral, una sola ética, una tradición, una religión, debe compartir una misma concepción del Bien y del Mal, una misma idea de lo que debe o no hacerse, una misma voluntad. El pueblo, de hecho, la tiene. Si existen discrepancias políticas internas es, según Anglada, porque se han introducido en el pueblo ideologías foráneas que tratan de cambiarlo, que tratan de hacer de él lo que no es. Los partidos políticos, por tanto, lo que deben hacer es representar al pueblo, y no tratar de cambiarlo. La democracia, en este sentido, tiene la obligación de funcionar con arreglo a los valores particulares de ese pueblo y no a partir de valores universales, que no existen, pues cada pueblo genera los suyos como por «generación espontánea». La democracia «no es una ideología» —afirma Anglada (2010: 68)—, no defiende una serie de valores, sino que es sólo un sistema de gobierno por el cual es el pueblo el que gobierna. Los políticos deben gobernar según los dictados del pueblo, y puesto que éste solo tiene una moral —emanada, según Anglada, del derecho natural, el «humanismo cristiano» y la tradición (Anglada, 2010: 103)—, gobernar para el pueblo significa gobernar de acuerdo a los principios de esa moral.

La democracia, tal y como la entiende Anglada, es un sistema algo particular. Se trata de una forma de democracia que surge por «generación espontánea» [sic] del pueblo y que tiene la obligación de encarnar sus esencias, en la que sólo tiene derecho a participar el «auténtico» pueblo, en la que el pluralismo ideológico se considera un mal y en la que la libertad individual debe ponerse siempre al servicio de la comunidad, sin sobrepasar nunca los límites impuestos por la tradición (Anglada, 2010: 122). Entendiendo la democracia de esa forma no es extraño que Anglada considere que el «populismo identitario» es «hondamente democrático» (Anglada, 2010: 81). De hecho, puesto que el pueblo es uno y tiene una única moral, no tiene demasiado sentido que existan partidos políticos. Si el pueblo tiene esa unidad intrínseca en todo, no debe haber desacuerdos, y por lo tanto un solo partido sería lo natural. Aquel partido que verdaderamente defienda los intereses del pueblo, sus tradiciones y su identidad, que encarne sus valores e ideas, debe ser su único y legítimo representante. La vocación de partido único es evidente en PxC:

«Hemos dicho que un partido es una asociación de finalidad. Lógicamente, hay partidos cuya finalidad es ideológica: quieren cambiar o reconstruir la sociedad siguiendo la hoja de ruta realizada por un iluminado que ha soñado, en su infinita y prodigiosa sabiduría, con una sociedad perfecta que nunca antes se le había ocurrido a nadie. Ya que nosotros creemos que no es posible diseñar el futuro si no por medio del progreso que representa la tradición, es decir, la «generación espontánea» realizada por el pueblo en su conjunto, nosotros ni somos, ni queremos, ni podemos ser un partido ideológico.

Al ser ideológicos, los partidos de esta naturaleza dividen a un mismo pueblo entre quienes creen y quienes no participan de esas ideas. Nosotros, Plataforma, en cambio, somos transversales en el sentido de que queremos representar a la totalidad del pueblo y no sólo a una parte de él.» (Anglada, 2010: 116-117).

De modo que no son sólo los inmigrantes los que ponen en peligro al pueblo y su unidad, son también los partidos «ideológicos» los que lo hacen, especialmente los de izquierdas. Éstos quieren cambiar al pueblo, transformarlo en lo que no es, porque en el fondo lo odian. Son antiespañoles, antieuropeos y anticristianos. Por ello facilitan la inmigración, especialmente la inmigración musulmana, que es precisamente antiespañola, antieuropea y anticristiana. Son, pues, traidores que quieren acabar con el pueblo, son enemigos internos, son parte del problema. Su supuesto posicionamiento favorable a la inmigración musulmana así lo evidencia: «Esa bonhomía estúpida de ceder espacios a los que quieren destrozar nuestra democracia y destruir nuestra comunidad, constituye una traición al pueblo.» (Anglada, 2010: 91).

Anglada, por tanto, identifica claramente a un enemigo interno que quiere corromper «nuestra esencia», y a un enemigo externo que «nos amenaza» desde fuera y ahora, gracias a la «traición progresista», también desde dentro.


Bibliografía abreviada:

  • Anglada, Josep (2010): Sin mordaza y sin velos, Madrid, Rambla.
  • Balibar, Étienne (1991): «Is there a ‘neo-racism’?», in Balibar, Étienne & Wallerstein, Immanuel (eds.): Race, nation, class: ambiguous identities, London, Verso, pp. 17-28.
  • Mosse, George L. (1961): «The mystical origins of National Socialism», Journal of the History of Ideas, vol. 22, no. 1, pp. 81-96. http://doi.org/10.2307/2707875.
  • — (1998): The crisis of German ideology: intellectual origins of the Third Reich, Nueva York, H. Fertig.
  • Mudde, Cas. Populist radical right parties in Europe. Cambridge, Nueva York, etc., Cambridge University Press, 2007.
  • ———. The ideology of the extreme right. Manchester y Nueva York, Manchester University Press, 2002.
  • Puschner, Uwe (2002): ««One people, one Reich, one God». The völkische weltanschauung and movement», German Historical Institute London Bulletin, vol XXIV, no. 1, pp. 5-27.
  • Stern, Fritz R. (1974): The politics of cultural despair: a study in the rise of the Germanic ideology, Berkeley, University of California Press.
  • Stolcke, Verena (1995): «Talking culture: new boundaries, new rhetorics of exclusion in Europe», Current Anthropology, vol. 36, no. 1, pp. 1-24. http://dx.doi.org/10.1086/204339.
  • Zúquete, Jose Pedro. The identitarians: the movement against globalism and islam in Europa. Indiana, University of Notre Dame Press, 2018.