«Cuando la sociedad sufre, experimenta la necesidad de encontrar a alguien a quien pueda culpar de su mal, sobre quien poder vengar sus desgracias; y aquellos que son naturalmente designados para desempeñar ese papel son aquellos que reciben el rechazo de la opinión mayoritaria. Son los parias que sirven de víctimas expiatorias»



Presentación:

Émile Durkheim es quizás uno de los primeros sociólogos que utilizaron la teoría del chivo expiatorio para explicar el antisemitismo. Lo hizo en este pequeño texto recogido, junto a muchos otros de importantes intelectuales franceses de la época, por Henri Dagan, dentro del libro Enquête sur l’Antisémitisme (1899). El libro aparecía al calor del affaire Dreyfus, momento especialmente convulso de la historia de Francia, en el que la sociedad se polarizó entre partidarios y detractores del teniente coronel de origen judío, acusado falsamente de alta traición. El antisemitismo venía ganando fuerza en Francia especialmente tras la derrota ante Alemania en 1870, pero en estos años finales del siglo XIX adquirió un carácter especialmente virulento. En aquellos años, era Francia, y no Alemania, el verdadero centro neurálgico del antisemitismo en Europa.

Ante tal situación algunos intelectuales se posicionaron abiertamente en contra del antisemitismo, empezaron a estudiar sus causas y a ofrecer posibles soluciones. En el texto que aquí traducimos al castellano, Émile Durkheim trata precisamente de entender el antisemitismo a partir de sus ideas acerca de “lo normal” y “lo patológico”. Para Durkheim, el antisemitismo en Francia sería —a diferencia de lo que sucedería en Alemania y en Europa del Este, donde sería algo normal, tradicional— una enfermedad social, una patología, una anomalía social que debería ser combatida para devolver a la sociedad francesa a su normalidad. Las autoridades, por tanto, debían tomar cartas en el asunto: debían tomar medidas de calado, a largo plazo; pero en el corto plazo debían perseguir las manifestaciones de odio, como una forma de hacer pedagogía social. Debían, además, evitar cualquier acercamiento al “partido de la intolerancia”. El rechazo debía ser total, sin fisuras. Por su parte, la gente con «sentido común» debía posicionarse abiertamente en contra del fenómeno, para deslegitimarlo y luchar contra él.  

Para el pensador francés, las causas del antisemitismo en Francia eran sociales: la crisis social había llevado a la gente a buscar un chivo expiatorio, alguien a quien culpar; y habían encontrado en los judíos a los culpables —los parias de la sociedad, los marginados; en aquél entonces, muchos de ellos extranjeros o de origen extranjero—: “de los judíos venía el mal». Ese mecanismo psicológico —es extraño, dicho sea de paso, que Durkheim apelara a teorías psicológicas para dar explicación a fenómenos sociales—, designar a un culpable, permitía a una parte de la sociedad encontrar claridad: ahora ya se entendía todo. Encontrar claridad proporcionaba satisfacción y también un objetivo: sobre ese supuesto culpable se podía verter la rabia acumulada, el odio y la violencia. La condena de Dreyfus, que para muchos equivalía a tomar venganza por los agravios sufridos, devolvía la tranquilidad, al menos por un tiempo. Se trataba de una forma de autoengaño colectivo, producto de una forma de pensamiento mágico: como sacrificar animales en un altar para aplacar la ira de los dioses, solo que en esta ocasión se trataba de seres humanos.

Bibliografía:

  • Goldberg, Chad Alan. «Introduction to Emile Durkheim’s “Anti-Semitism and Social Crisis”». Sociological Theory 26, n.o 4 (diciembre de 2008): 299-321.
  • Lindemann, Albert S. The Jew accused: three anti-Semitic affairs: Dreyfus, Beilis, Frank, 1894-1915. Cambridge: Cambridge University Press, 1993.
  • Marrus, Michael R. The politics of assimilation. A study of the French Jewish community at the time of the Dreyfus Affair. Oxford: Clarendon Press, 1971.
  • Whyte, George R. The Dreyfus affair: a chronological history. Houndmills, Basingstoke, Hampshire y Nueva York: Palgrave Macmillan, 2008.
  • Wilson, Stephen. Ideology and experience: antisemitism in France at the time of the Dreyfus affair. 2a ed. Oxford y Portland, Or: The Littman Library of Jewish Civilization, 2007.

Texto:

«Para hablar con competencia acerca del antisemitismo, me responde M. Émile Durkheim, serían necesarios estudios que yo no he hecho. No puedo por tanto daros más que una opinión.

En primer lugar, habría que distinguir, creo, entre el antisemitismo francés y el antisemitismo extranjero, que me parecen dos fenómenos de significación muy diferente. La prueba es que los países donde el antisemitismo está más arraigado no han comprendido nada de los acontecimientos que se han producido en Francia. Deseo [creer] que Alemania ha puesto mala voluntad, pero Rusia no es sospechosa y, sin embargo, ha mantenido el mismo tono de desaprobación.

Si Rusia se ha sorprendido y conmocionado es que, en las pasiones que se han agitado aquí, no ha encontrado nada de lo que ella ha experimentado.

Me parece que lo que diferencia a estos dos estados emocionales [états d’esprit] es que el antisemitismo alemán o ruso es crónico, tradicional, mientras que el nuestro constituye una crisis aguda, debida a circunstancias pasajeras. El primer tipo de antisemitismo tiene un carácter aristocrático, está hecho de desdén y de arrogancia. El nuestro se inspira en pasiones violentas, destructivas, que buscan asentarse por todos los medios. Por de pronto, no es la primera vez que el fenómeno se produce de esta manera.

Ya lo hemos visto en las regiones del Este, durante la guerra de 1870: siendo yo mismo de origen judío, en aquél entonces lo pude observar de cerca. Las derrotas se achacaban a los judíos. En 1848, una explosión del mismo tipo, aunque más violenta, se produjo en Alsacia.

Estas aproximaciones nos autorizan a pensar que nuestro antisemitismo actual es la consecuencia y el síntoma superficial de un estado de enfermedad social. Fue ése el caso en 1870 y en 1848 (hubo, en 1847, una crisis económica muy grave).

Cuando la sociedad sufre, experimenta la necesidad de encontrar a alguien a quien pueda culpar de su mal, sobre quien poder vengar sus desgracias; y aquellos que son naturalmente designados para desempeñar ese papel son aquellos que reciben el rechazo de la opinión [mayoritaria]. Son los parias que sirven de víctimas expiatorias. Lo que me confirma en esta interpretación es la manera en la que fue recibida, en 1894, la sentencia del proceso de Dreyfus. Hubo una explosión de felicidad en los bulevares. Se celebró como un éxito lo que debió ser un duelo público. Al fin se sabía a quién culpar por los problemas económicos y de la miseria moral en la que vivimos: de los judíos venía el mal. Ahora el hecho se había constatado oficialmente. Sólo por eso parecía que ya todo había mejorado y todos se sentían reconfortados.

Sin duda, circunstancias secundarias han podido ejercer alguna influencia. Las aspiraciones vagamente religiosas que han aparecido [qui viennent de se faire jour] han podido encontrar su sitio en este movimiento [antisemita]: ciertos defectos de la raza judía han podido ser invocados para justificarlo. Pero esas son causas secundarias. Los defectos del judío se compensan por sus cualidades incontestables, y, si hay razas mejores, también las hay peores. Además, los judíos pierden sus características étnicas con una extrema rapidez. En dos generaciones la cosa está hecha.

Con respecto a las causas religiosas, es suficiente remarcar que la fe no era menos viva hace veinte o treinta años, y el antisemitismo no era entonces lo que es hoy.

Es, por tanto, antes que nada, uno de los numerosos índices por los cuales se revela la grave perturbación moral que sufrimos. Por eso, el verdadero medio de frenarlo sería poner fin a ese estado problemático; pero eso no es obra de un día. Hay, sin embargo, alguna cosa que es posible y urgente de emprender inmediatamente.

Si no podemos enfrentar el mal en su fuente, se puede, al menos, combatir esa manifestación especial que lo agrava. Precisamente porque tenemos necesidad de todas nuestras fuerzas para rehacernos, importa que no las desperdiciemos en luchas estériles.

No dejamos que un enfermo tome venganza sobre sí mismo por sus dolencias y que se desgarre con sus propias manos.

Para llegar a ese resultado, hará falta, en primer lugar, reprimir severamente toda excitación del odio entre los ciudadanos. Sin duda, por sí solas, las medidas represivas no serán suficientes para convertir a los espíritus. Sin embargo, recordaría a la conciencia pública, que está adormecida, lo que tiene de odioso un crimen así. Hará falta a continuación que, mientras se culpa teóricamente al antisemitismo, no se le proporcione satisfacciones reales que lo estimulen; que el gobierno se encargue de iluminar a las masas sobre el error en que se mantienen y que ni siquiera se pueda sospechar que busca aliados en el partido de la intolerancia.

Haría falta, finalmente, que todos los hombres con sentido común, en lugar de contentarse con una condena meramente platónica, tuvieran el coraje de afirmar en voz alta sus sentimientos y se comprometieran a luchar victoriosamente contra la locura pública.»


Fuente: Dagan, Henri. Enquête sur l’Antisémitisme. Paris: P.-V. Stock Éd., 1899. Traducción de Fernando Bravo López.